Ejecutiva y Consultor besándose. (René Magritte, El beso) |
Decíamos ayer que muchos filósofos consideran muy importante el verbo ‘ser’. Dijimos también que esto tenía su explicación, y que además, en cierto modo, te afecta directamente. Y, con un poco de suerte, cuando acabemos hoy hasta te molestará todo lo que este verbo delata sin decir nada -porque, como vimos, es un verbo ‘cojo’-.
Vamos a recordar unos hermosos versos de Bécquer:
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.
Aunque para algunos puedan resultar empalagosos, lo que es innegable es la originalidad de la respuesta a la pregunta ‘¿qué es poesía?’. Vemos aquello que decíamos ayer de que en los versos de un poeta hay más verdad que en los discursos de un político: nadie es poesía, qué tontería, no se da -en el poema- una respuesta que satisfaga a científico alguno: poesía no es Luis ni Marta ni Tomás, lo que se dice no es Verdad. Pero cualquiera que haya amado (recordemos lo de ‘por todos compartido’) sabe que poesía… eres tú. Por tanto, sin querer decir verdad, llega el poeta mucho más lejos que el político, que a la hora de decir algo (usando la cópula por excelencia, el verbo ‘ser’, pero en otro tono) se quedaba en un multicolor desierto de razones, eso sí, muy bien adornado.
De las personas, como muestra Bécquer, también podemos decir verdad. Podemos acercarnos a lo que son, a lo que las hace únicas. Todos compartimos un físico más o menos similar, todos tenemos mal humor unos días y bueno otros, todos tenemos miedos, alegrías y penas. ¿Qué es lo que nos hace distintos, originales, y a la vez nos constituye? Pues eso, si alguna vez damos con ello, lo diremos con el verbo ser: ‘es su sonrisa’, ‘es su olor’, ‘son sus ojos’, ‘eres poesía’… Pero ocurre que algunos ya han decidido lo que tú eres (y lo que somos nosotros), y esto es triste, porque cuando sabemos lo que algo es se acaba el discurso, no podemos decir nada más. En este sentido, definir es ir matando, y una definición completa es el cadáver. Ahí lo tienes, perfectamente acotado: huesos, venas, músculos, tendones y vísceras. Está todo -lo que a nadie importa-, pero falta lo más importante.
No hace tanto que a la pregunta ‘¿quién eres?’ se respondía: ‘soy hijo de tal’, o incluso ‘soy hijo de tal, que es hijo de pascual’. Parece que el que hacía la pregunta seguía sabiendo muy poco del que respondía, prácticamente nada si no conocía a los padres o abuelos, y si los conocía sólo le quedaba confiar en que algo de lo que de sus padres sabía le hubiese quedado. Dejaba abierto el ‘soy hijo de tal’ todo un abanico de posibilidades que vino a terminarse cuando se ligó la identidad al Trabajo.
De repente, decir 'soy hijo de tal' era decir demasiado poco, se necesitaban más datos, acotar posibilidades, reducir las respuestas, controlar el fenómeno; y para ello se reservó una zona en el DNI en la que se indicaba la ‘Profesión’ (por cierto, que si ya es triste que asocien un número a una persona, más triste es que esto sea obligatorio, y lo más triste de todo: ¡que tengas que pagar por ello!).
Ahora soy jardinero, soy profesor, soy albañil… ¿No te da pena? Ya no eres poesía. Eres Auxiliar Administrativo del Ayuntamiento de Zaragoza. Cuando te preguntan por tu ‘ser’, por lo más sagrado, por lo que te hace distinto, por lo que te hace valioso –porque si eres como los demás no hay valor ninguno-, lo primero que te viene a la cabeza es tu Puesto de Trabajo. Lo mismo que tuvieron que quitar del DNI porque lo exigían los mercados: antes te decían lo que eras una vez, ahora te harán ser lo que les convenga cuando les convenga –hoy cerrajero, mañana parado, pasado informático…-.
No dejes que te echen un manto por encima. Cuando te pregunten “¿qué eres?” no tengas miedo y di la verdad: que no lo sabes.
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