miércoles, 8 de junio de 2011

La muerte y la ciencia, el desenlace

[Viene del día de ayer]

Decíamos ayer que no nos referíamos con la expresión ‘La Ciencia y la muerte, siempre de la mano’ al saber popular, que no es ciencia en ningún sentido. Que en todo caso era más bien a algo afín a la actividad que practica el Científico con el que charla Punset y que ese algo podía reconocerse, de algún modo, también en laboratorios, hospitales e incluso hasta en los más humildes científicos.

Ese algo no consiste en otra cosa que en un modo de pensar, un modo de entender lo fundamental, y en cuanto es lo fundamental lo aquí concernido, algo tendrá que decir la filosofía al respecto.
Lo fundamental, lo que las cosas son. Mucho llevan los filósofos hablando de esto, y entendemos que la ciencia no tiene el monopolio de la verdad, es decir, que si sólo se dijese verdad en el discurso científico estaríamos todos callados -porque a nadie le gusta ir contando mentiras constantemente ni decir verdades a medias-. O sea, que ya no como filósofos, sino como hombres que hablan de algo y no tienen intención de vender nada ni engañar a nadie, se nos debe conceder cierta presunción de inocencia. ¡Dejadnos decir algo!

Decimos aquí, entonces, que es mentira que no puedan decirse verdades (incluso como puños) fuera del discurso científico, y esto cualquier lector honesto lo reconocerá. Sin querer decir con ello -¡por supuesto!, es lo que nos diferencia de los científicos- que todo lo que digamos sea verdad. Así que, como se ha dicho, mucho llevan los filósofos hablando de lo fundamental, y puede que algo de verdad sepan de esto.

La advertencia ‘La Ciencia y la muerte, siempre de la mano’ refiere a un modo de pensar que intenta acabar con algo fundamental, el accidente. Del accidente, de lo contingente, no hay ni puede haber ciencia alguna precisamente por su carácter accidental, se trata de algo que puede o no puede ocurrir. Y ¿sabes por qué esto es preocupante? Porque aunque resulte paradójico tienes que morirte (tranquilo, nosotros también). Ya te gustaría vivir eternamente en un mundo con multiversos o multiversas: ‘ahora estoy en este mundo, ¡mira!, ahora en el otro...’. ¿Te gustaría?
En estos mundos ya está todo dicho, eres eterno, infinito. Todo puede calcularse. El tiempo da igual adelante o hacia atrás, también el espacio. Esto es lo que le ocurría a Aquiles cuando iba en busca de la tortuga, ¿para qué iba a moverse si nunca la alcanzaría? Si todo está dicho ya, si todo se puede predecir, si no hay accidentes, no hay movimiento que valga; porque movimiento es posibilidad, posibilidad de acertar o equivocarse, posibilidad de subir o  bajar, de vivir o morir.
Si no hay accidente, todo es necesario o imposible, y si todo es necesario o imposible, de nuevo, no hay movimiento que valga. Esto es atentar contra la vida misma. Por eso es que la Ciencia que así entiende lo fundamental va de la mano de la muerte.

Ocurre que a la posibilidad le corre el accidente por las venas. Por eso el que mira al cielo y dice: ‘mañana lloverá’ puede equivocarse, o puede que no. Lo que propone esa peculiar manera de pensar, la Ciencia que va de la mano de la muerte, es que es cuestión de tiempo que todo se sepa, quizás no nosotros, pero los hijos de nuestros hijos, o los hijos de estos, o dentro de mil años… Llegará, sin duda, el momento de la Verdad, ya no habrá más loquesealogías, porque todas habrán confluido ya en la oronda y aburrida Ciencia. Por eso es tan importante que todos seáis ateos, hay que estar preparados para ‘El Momento’, cuando todo se sepa. Y esto último, sencillamente, no puede ser.

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