¡Buenos días! El otro día tuvimos el gusto de escuchar a una hermosa cuentacuentos en un encuentro infantil, y hemos creído que sería interesante reproducirlo aquí tal como lo grabamos:
“Érase una vez un mundo muy, pero que muy lejano…
Niña motivada: Pero ¿cómo de lejano? ¿A cuántos millones de años luz?
No, pequeña, a este mundo nunca podrías llegar.
Niña motivada: Es que mi papá dice que en el Futuro se podrá viajar a cualquier mundo aunque sea muy lejano, y también al pasado a ver los dinosaurios.
Veo que a tu papá también le gustan los cuentos, pero este cuento es de verdad.
Os decía que en este lejano mundo la gente iba de un sitio a otro sin ningún problema, en cada casa había un tobogán subterráneo que te llevaba por una tubería a donde hubieses indicado antes de montarte. Nadie sabe cómo consiguieron invertir la gravedad los que hicieron esos antiguos túneles, pero el caso es que siempre tenías la sensación de ir cayendo. Así que cualquier viaje al trabajo, al cole, al parque, era muy divertido. Cuanto más duraba, más divertido era. Además por empinado que fuese el tubo-tobogán, al final siempre caías suavemente y estabas deseando ir a otro sitio.
En este mundo tan chulo, un día, cuando nadie lo esperaba, ocurrió algo increíble: la Gripe B. La gripe B es un virus de esos de los gordos (aunque no podía verse), que debe su nombre a que se detectó por primera vez en Borregos. Los Científicos advirtieron de la peligrosidad de que esta enfermedad se transmitiera de borregos a humanos. En un primer momento se pensó que al haber un salto cualitativo entre hombres y borregos, un contagio era imposible. Pero cuanto más avanzaba la Ciencia, estudio tras estudio, una y otra vez se confirmaba siempre lo mismo: las diferencias entre borrego y hombre eran despreciables, y cada vez menores.
Así que, gracias a Dios –y a sus Científicos-, el temido contagio tuvo lugar una vez que ya estaban disponibles las vacunas a un módico precio. Desgraciadamente, las vacunas –a pesar de la más puntera tecnología- te curaban, pero no te libraban de otro posible contagio.
Niño con mocos: Pero ¿qué te pasaba?
Toma, límpiate. Realmente nunca se supo, porque como te vacunaban en cuanto detectaban la enfermedad con unos extraños medidores de Gripe B, rápidamente te daban una dosis que te curaba.
Un estudio concluyó que una de las formas de contagio podía ser por compartir baño. Pensadlo ¿tocarías el mismo grifo que tocó un contagiado, cagarías a gusto en el mismo sitio que cagó él? Se colocaron por todas partes mascarillas y jabones de manos especiales aunque parecía no servir para nada. El consumo de la vacuna se disparaba, cada vez se detectaban más contagiados. Así que a alguien se le ocurrió (un emprendedor, sin duda) llevarse el baño a cuestas como los caracoles. Montó una empresa, y empezó a fabricar una especie de lo que para nosotros sería un coche pero un poco más alto y más cuadrado.
La empresa los vendía como churros. Pronto todo el mundo iba de un sitio a otro en lo que se empezó a llamar popós, era más aburrido que los divertidos toboganes donde nunca sabías con quién te ibas a encontrar, pero mucho más seguro según reveló otro estudio.
El Estado vio la posibilidad de hacer negocio (puede parecer extraño que un Estado haga lo mismo que las empresas, pero así era), y las calles por las que antes paseaba la gente se empezaron a llenar de desagües, cañerías y enchufes para acoplar tu popó personal por unas monedas. No sólo el Estado hacía negocio, había empresas que -imitando al primer hacedor de popós e innovando a la vez- fabricaban popós familiares, popós individuales, popós de lujo, popós para él, popós para ella, popós para estudiantes, popós todoterreno,… Imaginaos la cantidad de gente que hacía falta para mantener el tinglao. Era una barbaridad.
Tampoco tardaron en surgir revistas especializadas en popós, programas de Televisión especializados en popós, museos de popós, casas de compra-venta de popós, academias para la conducción de popós, centros de investigación especializados en popós, carreras de popós, lavaderos de popós, fotógrafos de popós, accesorios para popós… y también semáforos, carreteras, señales, pinturas tóxicas pero muy resistentes… bueno, y todo lo que os podáis imaginar. En fin, como comprenderéis, para mantener todo esto hacían falta muchos Puestos de Trabajo. En este mundo, antes del temido virus, la gente era muy sensata y el trabajo estaba repartido más o menos equitativamente, pero la misteriosa enfermedad –de la que, gracias a Dios, aún no se conocen sus verdaderas consecuencias- llevó a multiplicar las horas de Trabajo. Antes la gente trabajaba 5 horas a la semana para poder organizar lo básico, pero desde la llegada del virus la jornada se multiplicó por 4 en un primer momento. Viendo, los Políticos y Sindicatos, que con 20 horas semanales tampoco se daba abasto se volvió a duplicar la jornada hasta las 40 horas. Era duro, pero era necesario, por tu seguridad y la de los tuyos.
Gracias a los Sindicatos, la Televisión y los distintos Ministerios con sus sucursales, lo que pudiera parecer un brusco mazazo se convirtió en una transición deseada: la gente quería trabajar más. La Salud, pero, sobre todo, la Salud Futura y su sostenibilidad no faltaban en un discurso político que se preciase de serlo. ¿Quién quería ser el primero en descubrir lo que pasaría si tuviese que compartir (el baño), y quizás una minúscula gotita de orín del usuario anterior humedeciese sus vírgenes carnes?
Niño incauto: pues Goyito y yo hicimos pis juntos y alguna gotita me dio en la cola.
[Risas]
Bueno, que sepamos, aquí no hay una enfermedad tan tremenda como esa. ¿Qué pasa, que todos sabéis lo que significan sostenibilidad y transición?
Niño ya sin mocos: es que nos han puesto una asignatura nueva que se llama ‘Palabras vacías, aprendiendo a ser Individuo’ y nos lo explican todo, es un rollo.
Ah. Vaya, qué modernos. El caso es que, con la Revolución del Popó, se acrecentaron las desigualdades, no se sabe bien porqué (yo os cuento lo que ha llegado hasta mí): había gente a la que no le bastaba con un popó, tenían que tener un popó para papá, otro para mamá y otro para cada uno de la familia. Así que, mientras unos tenían incluso varios popós por persona o, simplemente, cambiaban de popó cada poco por capricho, empezaba a haber gente no tenía ningún popó (si no tenías popó seguramente no tenías trabajo y no tenías dinero para vacunarte, luego es casi seguro que si no estabas infectado terminarías estándolo).
También empezaron a ocurrir cosas raras que no pasaban antes en este mundo. Puede parecer estúpido pero este par de detalles ilustran muy bien hasta dónde llegó el Progreso: como las calles no estaban pensadas, en principio, para llenarlas de popós, la gente daba vueltas, vueltas y más vueltas a su manzana durante horas esperando a que alguien se fuese para poder enchufar el popó a las cañerías y enchufes colocados por la Administración de turno por todas partes (allí, si dejas el popó sin enchufar te multan); también, como cada vez había más y más popós, empezaron a ser frecuentes los muertenvidas. Los muertenvidas eran como llamaban a las horas y horas que la gente tenía que perder para que todos pudiesen pasar por el mismo sitio a la misma hora del mismo día (parecido a nuestros atascos). Los Científicos utilizaban los muertenvidas para medir el nivel de desarrollo de una ciudad: cuanto más tiempo se perdía, mejor calidad de vida (es evidente: la Mayoría quiere lo mejor).
Volviendo a las desigualdades –que, por cierto, crecían al ritmo del Desarrollo-, si bien podían parecer algo malo en un principio, acabaron siendo el germen de algo muy curioso: algunos notaron que los más pobres no se contagiaban de nada, no morían, no tenían fiebres ni dolores. Ningún estudio científico lo había demostrado, pero la evidencia estaba ahí. Se les veía por todos sitios intentando conseguir algo de dinero para vaya usted a saber qué, pero no se compraban un popó y todos sabían que aunque tuviesen dinero no se lo habrían comprado, es más: orinaban donde primero pillaban sin pudor alguno.
Los de arriba estaban demasiado atareados con sus cuentas, sus beneficios, sus colecciones privadas, sus exquisitos vinos, sus barcos y otras cosas sin sentido, como para preocuparse de esto; mientras que los de abajo empezaron a darse cuenta de lo evidente: la enfermedad era mentira, si no todos los pobres habrían muerto ya.
Niña motivada: Y qué pasó, ¿volvieron a trabajar sólo un poquito?
No, no pasó nada, ya nunca más pasó nada. La que se había armado era tan grande que nadie podía creer que todo fuese mentira. Lo intuían, pero no podían dejar de creer, la Mayoría creía que las cosas eran así, siempre habían sido así y seguirían siendo así.
Niña atenta: Pero ¿no dices que no siempre fueron así las cosas?
Sí, pero nadie se acordaba ya de aquello. La Historia sólo hablaba de las Grandes Guerras, o de las Revoluciones como ésta (la Revolución del Popó), y no de cuando las cosas iban bien. Cuando no hay problemas gordos ni muertos no hay Historia, así que la Mayoría creía que lo mejor que podía ocurrir era quedarse como estaban aunque sabían que cada vez más gente lo pasaba realmente mal.
También es cierto que algunos protestaban diciendo que había que volver a utilizar los viejos túneles pero enseguida la policía los molía a palos, es lo poco que sé. De estos tampoco me contaron mucho, porque como no salían en la Tele, ni en los periódicos, ni se sabía exactamente cuántos eran, ni qué era exactamente lo que querían, ni tenían un líder como Dios manda que los dirigiese por el camino correcto del aburrimiento eterno, pues no os puedo contar ningún cuento de ellos.
Niño incauto: Pues vaya caca de cuento.
Nunca mejor dicho, y eso que no os he hablado de la gente que moría en los accidentes de popó, ni de los que se lisiaban y tenían que vivir atados a una silla de ruedas, desfigurados, o mutilados; ni de lo cansados y tristes que parecían todos (también los que más tenían) tras lo que se llamó la Revolución del Popó.
Niña atenta: Qué tontos, con lo que molan los toboganes. Menos mal que eso aquí no pasa.
Sí, menos mal”.
Bueno, ¿qué quieres que te diga? una historia grandiosa, bien contada y como la vida misma. Mi madre, una mujer mayor, cada año, CADA año está a punto de morirse de la gripe (precisamente esa supuesta, porque las vacunas pretenden atajar a la del año PASADO, no a la de este, que SIEMPRE se desconoce), digo, está a punto de morirse de la gripe inmediatamente después de ponerse la vacuna. El Estado las compra y, claro, las tiene que gastar.
ResponderEliminarPor lo demás EEUU, haz cuentas, tiene una guerra cada 12 años, intenta hacer memoria...también tiene que gastar su armamento, renovar...y desmantelar es mucho más caro.
¡Feliz Navidad! sin acritud ni amargura, de corazón, pero...
El "cuento" me pareció estupendo, ha sabido englobar toda la ironía y el humor dando un mensaje que todos "presentimos".
ResponderEliminar¡Enhorabuena!
Un cariño.
¡Hola ‘laindefensión’! Jajajajaja, es muy curioso lo de tu madre, y además estoy seguro de que no es la única. Curiosamente la entrada de mañana se llama ‘Las Guerras futuras’, que tiene bastante que ver con lo segundo que comentas. ¡Un abrazo y Felices Fiestas a ti también!
ResponderEliminar¡Hola Liliana, bienvenida! Muchas gracias por tu comentario, hace que nuestra labor cobre sentido. Un abrazo.